Raúl Eguizábal (El Estado del malestar) Capitalismo tecnológico y poder sentimental

EL HOMBRE QUE NO ERA NADIE

Da la sensación de que nuestra época está deseando que hayan catástrofes humanitarias, terremotos, tifones, inundaciones, para poder practicar la solidaridad, para tener alguna justificación para emprender algún proyecto común. El terror de la era posmoderna, el terror de la sociedad tecnológica, es precisamente caer en el vacío, flotar en el vacío de lo social, perderse en la nada. Ser nada. Que cuando nos desnudemos por la noche, frente al espejo, se vaya con nuestra ropa de marca, con nuestros zapatos de diseño, con el perfume de nuestra colonia, todo nosotros, todo lo que somos. Frente al espejo... para saber que todavía estamos ahí, que todavía disponemos de algún rasgo de identidad, que todo no se lo ha llevado la liposucción, la terapia de grupo, la operación de miopía, el retoque de la nariz o el de la personalidad, el implante del pecho o del culo, la sesión de psicoanálisis, el relleno siliconado de los labios, el borrado de las ojeras, de las entradas, de las arrugas, en fin, de todas esas cosas que somos (las marcas, lo signos) y de la que paradójicamente, por razón del vació, por miedo al vacío, queremos desprendernos.
Al mismo tiempo que nos desprendemos de las marcas de la edad, de las huellas del exceso, de los vértigos de la experiencia, de las señas de identidad, de los traumas, del dolor, para quedarnos lisos, pulidos como una superficie de metal bruñida, de envoltura de robot o de nava de ciencia ficción, de flamante ser recién nacido o de extraño extraterrestre, nos rodeamos de marcas comerciales, de señas de identidad de fábrica, de megasignos mercantiles. Tampoco está bien visto ser demasiado culto, demasiado inteligente o demostrar un exceso de carácter o de seguridad en sí mismo, ser irascible o apasionado o vehemente. Ser entusiasta está mal, ser creyente está mal, ser celoso o fogoso está mal. Todo debe ser tibio y suave. <<Fanático>> es uno de los peores insultos que se nos puede dirigir hoy día.

EL HOMBRE DE 104,3 MILLONES DE DÓLARES

Hablar de arte como de algo sagrado, con sus templos y sus rituales, no sólo es un tópico, es una falsedad. Aunque una falsedad millonaria, eso sí, pues el arte lo que tiene son sus bancos de depósito (llamados museos), sus bolsas de valores (casas de subastas) y sus especuladores (coleccionistas, galeritas y críticos). Es difícil de entender el arte poscontemporáneo, pero no por razones estéticas, o por su profundidad conceptual o especulativa; es difícil de comprender tan sólo porque nos empeñamos en pensar que forman parte del círculo de la cultura cuando en verdad forma parte del círculo del dinero.

SEXO INCIERTO, GÉNERO NEUTRO

Bajo la influencia del neofeminismo, las relaciones entre el hombre y la mujer se han deteriorado considerablemente, liberadas de las reglas pacificadoras de la cortesía. La mujer, con sus exigencias sexuales y sus capacidades orgánicas vertiginosas -los trabajos de Masters y Johnson, K. Millet, M.J. Sherfey presentan a la mujer como <<insaciable>>-, se convierte para los hombres en una compañera amenazadora, que intima y genera angustia. <<El espectro de la impotencia persigue la imaginación contemporánea>>, esta impotencia masculina que, según los últimos informes, aumenta a razón del miedo a la mujer y de la sexualidad liberada. En este contexto, el hombre alimenta un odio irrefrenable contra la mujer, como lo atestigua el trato que se da a ésta en las películas actuales con sus frecuentes escenas de violaciones. Simultáneamente el feminismo desarrolla, en la mujer, el odio al hombre, asimilado a un enemigo, fuente de opresión y de frustración; al tener cada vez mayores exigencias hacia el hombre que él no puede satisfacer, el odio y la recriminación se extienden en esa sexual warface característica de nuestro tiempo.

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