Italo Calvino (El barón rampante)

Pero en toda aquella manía había una insatisfacción más profunda, una carencia, en aquel buscar gente que lo escuchase había una búsqueda distinta. Cosimo no conocía aún el amor, ¿y qué es cualquier experiencia sin ésa? ¿De qué vale haber arriesgado la vida cuando aún no conoces el sabor de la vida?
Las muchachas hortelanas o pescadoras pasaban por la plaza de Ombrosa, y las damiselas en carroza, y Cosimo desde el árbol lanzaba breves ojeadas y aún nos había comprendido bien por qué en todas había algo que él buscaba, y que no estaba enteramente en ninguna. Por la noche, cuando en las casas se encendían las luces y Cosimo estaba solo en las ramas con los ojos amarillos de los búhos, soñaba con el amor. Las parejas que se citaban tras los setos o entre los viñedos le llenaban de admiración y envidia, y las seguía con la mirada mientras se perdían en la oscuridad, pero si se tumbaban al pie de su árbol escapaba lejos lleno de vergüenza.
Y entonces, para vencer el pudor natural de sus ojos, se detenía a observar los amores de los animales. En primavera el mundo de los árboles era un mundo nupcial: las ardillas se amaban con ademanes y chillidos casi humanos, los pájaros se acoplaban batiendo las alas, hasta los lagartos corrían unidos con las colas trenzadas en un nudo; y los puercos espines parecían volverse blandos para hacer más dulce sus abrazos. El perro Óptimo Máximo, nada intimidado por el hecho de ser el único salchicha de Ombrosa, cortejaba grandes perras de pastor, o perras lobas, con petulante audacia, confiando en la natural simpatía que inspiraba. A veces regresaba maltrecho a mordiscos; pero bastaba un amor afortunado para compensar todas las derrotas.
También Cosimo, como Óptimo Máximo, era el único ejemplar de una especie. En sus sueños con los ojos abiertos se veía amado por bellísimas jóvenes; pero ¿cómo encontraría el amor él, en los árboles? En sus fantasías conseguía no imaginarse el lugar donde aquellas cosas sucedían, si en el suelo o arriba donde ahora estaba; se figuraba un lugar sin lugar, como un mundo al que se llega yendo hacía arriba, no hacía abajo. Eso es: quizá era un árbol tan alto que subiendo por él se tocaba otro mundo, la luna.

* Italo Calvino (Cuentos fantásticos del siglo XIX) Volumen I

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