Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido)

AÑORANZA DE SOLEDAD

Por supuesto que en ocasiones resultaba posible, y hasta necesario, mantenerse alejado de la multitud. Es bien sabido que una vida comunitaria impuesta, y más en cautiverio, donde te sientes observado continuamente hasta en los más banales actos del día, puede hacer surgir un irrefrenable deseo de alejarse, de estar solo, al menos unos breves instantes. El prisionero anhelaba estar a solas consigo mismo y con sus pensamientos. Añoraba intimidad y soledad.
Después de mi traslado a uno de los llamados <<campos de reposo>>, tuve la increíble fortuna de encontrar, de vez en cuando, cinco minutos de soledad. Detrás del barracón de trabajo, donde se hacinaban unos cincuenta pacientes delirantes sobre un suelo de tierra, descubrí un lugar tranquilo junto a la doble alambrada que rodeaba el campo. Allí habían improvisado una tienda con unos cuantos postes y unas ramas de árbol como cobertizo para guarecer a unos seis cadáveres (la media diaria de muertes en el campo). A su lado un pozo, por el que se accedía a las tuberías de la conducción del agua, cubierto con una tapa de madera. Cuando no eran reclamados mis servicios, aprovechaba para sentarme en cuclillas sobre el pozo y contemplar el florecer de las verdes laderas y las lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro, enmarcado por las mallas de la alambrada de espino. Soñaba melancólico y mis pensamientos vagaban al norte, al nordeste y en la ansiada dirección de mi hogar, aunque en realidad sólo veía nubes estrafalarias de formas lúgubres.
Los cadáveres tendidos a mi alrededor, hormigueantes de piojos, no me perturbaban lo más mínimo.  Tan sólo me despertaban de mis sueños las inquietantes pisadas de los guardias de patrullas por el contorno del campo; otras veces era el aviso de la enfermería para recoger un nuevo suministro de medicinas para mi barracón. ¿Remesa de medicamentos? La remesa se reducía a cinco o diez tabletas de aspirina para cada cincuenta pacientes y varios días. Las recogía y a continuación pasaba mi ronda, paciente por paciente: les tomaba el pulso y administraba madia tableta de aspirina a los casos graves. Los enfermos desahuciados no recibían ningún medicamento. Para nada les hubiera servido ya y, además, privarían de ellas a los enfermos con alguna esperanza de curación. Para los pacientes leves reservaba una palabra de aliento, una palabra de ánimo: no tenía nada más. Y esa visita, camarada a camarada, la hacía medio a rastras, pues yo me encontraba exhausto y convaleciente aún de un fuerte ataque de tifus. Terminada la ronda regresaba a sentarme sobre la tapadera del pozo, mi lugar solitario.

CONCEPTOS BASICOS DE LOGOTERAPIA

Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en mi clínica de Viena: <<¿Dígame, doctor, es usted psicoanalista?>>. A lo que yo respondí: <<No exactamente psicoanalista: más bien soy psicoterapeuta>>. Entonces siguió preguntándome: <<A qué escuela pertenece?>>. <<Sigo mi propia teoría; se llama logoterapia.>> <<¿Puede describirme, en pocas palabras, qué quiere decir ese término?>> <<Sí -le dije-, pero antes de contestarle, ¿podría usted definirme en una frase la esencia del psicoanálisis?>>. Ésta fue su respuesta: <<En el psicoanálisis, los pacientes deben recostarse en un diván y contar cosas que, a veces, resultan muy desagradables de decir>>. Les respondí con una rápida improvisación: <<Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar>>.
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Niego tajantemente que la búsqueda de un sentido para la propia existencia, o la duda de si realmente existe un sentido, proceda siempre de una enfermedad o sea el resultado de una enfermedad. La frustración existencial no es en sí misma ni patológica ni patogénica. La preocupación, o la desesperación, por encontrar a la vida un sentido valioso es una angustia espiritual, pero de ningún modo representa una enfermedad. Bien pudiera suceder que si se interpreta la angustia en términos de enfermedad, el psiquiatra se sienta inclinado a enterrar la frustración existencial de sus pacientes bajo un tratamiento de drogas tranquilizantes. Pero ésa no será su misión, todo lo contrario: deberá guiar a ese paciente a través de su crisis existencial, una crisis que seguramente generará ocasiones de desarrollo y crecimiento interior.
La logoterapia entiende que su cometido consiste en ayudar al paciente a encontrar el sentido de su vida; por lo tanto, procede de un modo analítico al activar en la conciencia de la persona el logos oculto de su existencia.
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Este énfasis en la fuerza de la responsabilidad humana se refleja en el imperativo categórico de la logoterapia: <<Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto de hacerlo ahora>>. En mi opinión, pocas estrategias estimulan más el sentido de la responsabilidad del hombre que esta máxima, pues invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que ese pasado es factible de modificarse y enmendarse: este precepto enfrenta al hombre con la finitud de la vida y con su finalidad personal y existencial.
La logoterapia intenta que el paciente cobre conciencia plena de sus responsabilidades personales; en consecuencia, le fuerza a elegir por qué, de qué o ante quién se siente responsable. 

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