Manuel Chaves Nogales (Bajo el signo de la esvástica) Cómo se vive en los países de régimen fascista

¿Quién le daba este dinero?
Mucho se ha fantaseado sobre esto. Ha habido incluso quien ha afirmado que en el movimiento nazi corría el oro de Moscú; ese oro inagotable que por todo el mundo se esparce con pavorosa prodigalidad. Pero no parece muy verosímil que los comunistas de Moscú gastasen su oro en que los nazis les rompieran la cara a sus correligionarios los comunistas de Berlín.
No; seamos más razonables. La verdad es que no se sabe exactamente de dónde salía el dinero que en costearse un ejército gastaba Hitler. Nadie conoce al céntimo los ingresos del nacionalsocialismo, pero no es aventurado afirmar -entre otras cosas porque los interesados no lo han recatado demasiado- que muchos aristócratas alemanes, y sobre todo la gran industria germánica, han nutrido con largueza las cajas hitlerianas.
Krupp, Boesig, Thyssen, las grandes firmas de la industria pesada alemana, han estado casi desde el primer momento al lado de Hitler, el hombre que puede con su doctrina y con la fuerza de que dispone realizar en Alemania el milagro de los trabajadores voluntarios; esos hombres que trabajan durante una jornada de ocho o nueve horas por dos reales.

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El alemán tiene que trabajar siempre. Tener trabajo es ser hombre. El alemán, a diferencia de los demás hombres de la tierra, trabaja por un principio invisible, ajeno a la remuneración; no es la consecución del bienestar por el trabajo lo que le hace feliz, sino que su felicidad es el trabajo mismo. Si por la adversidad de las circunstancias el trabajo sólo lo dan hoy a toque de corneta y sin más remuneración que la comida, ¿qué se le va a hacer? Todo es cuestión de acostumbrarse. Tengo la convicción de que a la vuelta de unos días, estos sociales y estos judios marcarán el paso y saludarán a la bandera del imperio con el mismo fervor que los otros. Lo importante es trabajar. Solo por los caminos del Mundo, vagando a la deriva, viviendo de milagro y la aventura, como normalmente viven muchos millares de españoles, estos tipos germánicos son incapaces de vivir. En España, estos muchachos, antes de meterse en este cuartel, se convertirían en mendigos o pondrían bombas.
Aquí es otro cosa.

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El trabajador alemán se ha dejado ganar por lo que Hitler ha tomado prestado del socialismo. Para conquistar al proletariado, Hitler ha seguido el mismo camino que siguió Mussolini: ha puesto en práctica lo que un escritor francés -Fabre Luce- llamó la teoría de la vacuna. Hitler, para combatir el socialismo, ha vacunado con virus socialista la burguesía alemana.
Esas impresionantes afirmaciones del nacionalsocialismo contra la renta, contra la propiedad privada de la tierra, contra la especulación y contra toda la burguesía, han hecho su efecto en las masas. No se olvide que Hitler ha mantenido hasta ahora sus postulados revolucionarios en materia social y que aún ahora, aliado con los barones y los grandes industriales, procura dar la impresión de que está luchando contra ellos, hasta el punto de que en sus relaciones con von Papen la gente quiere ver un doble juego: el de que cada uno va a engañar al otro. El alemán, hombre de buena fe, cree que Hitler va a convertir al socialismo a las fuerzas conservadoras del estado; la opinión no alemana, más recelosa, cree que Hitler es sencillamente una vacuna, un recurso terapéutico de la burguesía alemana.

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La raza de los arios aparece sobre la faz de la tierra hacia 1830; hace aproximadamente un siglo; antes de esta fecha, las razas no estaban diferenciadas, y la humanidad vivía en el caos. Esto es lo que se deduce de las normas puestas en vigor por Hitler, para saber cuáles son los alemanes puros y cuáles los judíos. Son arios puros aquéllos que puedan presentar las partidas de bautismo de sus cuatro abuelos; un solo abuelo no bautizado convierte a un alemán en semita, y en cambio, una pura ascendencia judía de veinte siglos, y la conversión final al cristianismo de los cuatro abuelos, sirven para trocar al más legítimo hijo de Israel en ario purísimo, dotado de todas las nobles virtudes de la raza nórdica.
¿Es un poco grotesco, verdad? Pues con este concepto de la raza aria, diferenciada de las demás hace cien años -cuando pudieron bautizarse o dejar de hacerlo los cuatro abuelos del ciudadano alemán- está haciendo Hitler la división de sus súbditos en ciudadanos que tienen derecho a la vida y ciudadanos que deben morirse; porque no tendrán más remedio que morirse.

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El judio está tan atemorizado, que se allana a todo, y pasando por las más humillantes vejaciones, sólo pide que le dejen el derecho a vivir. No he oído en mi vida un apóstrofe tan patético como el de ese intelectual judío que días atrás clamaba dirigiéndose a los nazis:
-Haced con nosotros lo que queráis, pero dejadnos vivir a costa de lo que sea. Las últimas experiencias científicas han demostrado que a un pero se le puede extraer hasta la última gota de su sangre para volver a llenar sus venas con sangre de otro perro de casta distinta; hacedlo con nosotros, si no queréis que tengamos sangre judía; pero dejadnos vivir. O dejadnos marchar.

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