Eric Hobsbawm (Un tiempo de rupturas) Sociedad y cultura en el siglo XX

Si el leguaje no es correcto, entonces lo que se dice no es lo que se quiere decir, si lo que se dice no es lo que se quiere decir, entonces lo que se debe hacer queda por hacer; si esto queda por hacer, el arte y la moral se deteriorarán; si la justicia se extravía, la gente quedará perdida entre la confusión. Por esto, no debe haber arbitrariedad en lo que se dice. Es una cuestión de suma importancia.

Karl Kraus dedicó su vida a ordenar el mundo a través de las palabras. La corrupción de los valores por medio de las palabras -dichas, oídas y, sobre todo leídas- da forma y estructura a Los últimos días de la humanidad. No es casual que cada acto de la tragedia empiece con los gritos de nuevos vendedores de prensa con sus titulares.
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Por último, los dictadores ansiaban movilizar el pasado nacional en su favor, con la creación de mitos o las invenciones que fueran necesarias. Para el fascismo italiano, el punto de referencia era la antigua Roma; en la Alemania de Hitler, se combinaron los bárbaros de extrema pureza de los bosques teutónicos con los caballeros medievales; en la España de Franco, se hizo hincapié en la era del triunfo de los soberanos católicos que expulsaron a los infieles y se enfrentaron a Lutero. La Unión Soviética tenía más dificultades para aprovechar la herencia de los zares, dado que, a fin de cuentas, la revolución se había hecho con el fin de destruirlos; pero a la postre, Stalin también consideró conveniente movilizar este pasado, en particular contra los alemanes. Ahora bien, la llamada a la continuidad histórica a los largo de los siglos imaginados nunca se produjo con la misma naturalidad que logró en las dictaduras de derechas. 

¿Cuánto arte del poder ha sobrevivido en esos países? Asombrosamente poco en Alemania; más en Italia; quizá la mayor parte (incluida la magnifica restauración de posguerra de Sant Peterburgo) en Rusia. Solo una cosa ha desaparecido en todos ellos: el poder en tanto movilizador del arte y el pueblo como teatro público. Este, que, entre 1930 y 1945, fue el impacto más intenso del poder sobre el arte, desapareció con los regímenes que habían asegurado su pervivencia mediante la repetición regular de rituales públicos. Los congresos de Núremberg, el Día del Trabajo y los aniversarios de la revolución en la Plaza Roja formaban el núcleo de lo que el poder esperaba del arte. Murieron para siempre junto con ese poder. Los estados que se hicieron realidad como política espectacular demostraron la irrelevancia tanto de ellos mismos como esta política. Si el estado teatral debe pervivir, <<el espectáculo debe continuar>>; pero al final, no lo hizo. El telón se ha bajado y no se volverá a levantar.

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