Paul Heinrich Thiry - Barón de Holbach (Etocracia) El gobierno fundado en la moral

La enorme desproporción que las riquezas producen entre los hombres es la fuente de los mayores males de la sociedad y merecen, en consecuencia, toda la atención de los gobernantes. Para hacer feliz a un Estado, el gobierno debería no sólo poner obstáculos a las fortunas rápidas, injustas, inmensas y escandalosas, que se hacen generalmente a expensas del príncipe y sus súbditos; la legislación debería también impedir cuidadosamente que las riquezas y las propiedades de una nación se acumulen en unas pocas manos. El interés del estado está siempre vinculado al de la mayoría; exige que muchos ciudadanos estén activos, ocupados útilmente, que gocen de un bienestar que los mantenga en situación de cubrir sin esfuerzos las necesidades de la patria. No hay patria para el hombre que no posee nada, o que goza en ella de una existencia precaria. La patria es indiferente para aquellos a quienes sólo se muestra como una madrastra, a los que no protege y no ayuda a subsistir.

Se diría que los ricos han concebido el proyecto de apartar la tierra de su destino. Al igual que los conquistadores, quieren invadirlo todo; no contentos con los palacios que albergan a sus personas, a menudo enfermizas, los extensos jardines, los parques inmensos, los bosques, las alamedas donde la vista se pierde se convierten en necesidades para ellos. Los veis ocupados en amasar posesiones  y hacer adquisiciones continuas; quisieran cambiar sus tierras por provincias que enseguida, por hastío, negligencia, avaricia o impericia, convertirán en tierras yermas sin provecho ni para ellos ni para el Estado. Todo terreno inculto debería formar parte de las tierras comunales para ser dado a los que pueden hacerlo valer útilmente para sí mismos y para la sociedad.

Una legislación más justa o sabia debería al menos oponerse a las usurpaciones de la opulencia, que siempre desea lo que no tiene y siempre está descontenta o disgustada con lo que tiene. Un gobierno menos parcial con los ricos encontraría evidentemente en las posesiones superfluas, que se pierden en las manos de éstos, con qué emplear útilmente los brazos de una multitud de desgraciados que, sin poseer nada y sin ocupación, buscan en el robo y el asesinato los medios más fáciles de subsistencia. Mortificados por los impuestos, despojados por los ricos, maltratados por los poderosos, rechazados por los corazones endurecidos, desprovistos en general de principios morales, los pobres se sublevan contra la sociedad, le declaran la guerra, se vengan de las injusticias mediante el crimen y arriesgan a menudo la vida, bien para no morir de hambre, o bien para contentar los vicios que el ejemplo de los ricos les han llevado a adquirir.

La indigencia, tantas veces juguete de las pasiones y los caprichos del poder, marchita el corazón del hombre o lo vuelve furioso. Nos sorprendemos de ver a gente del pueblo tan ruin, tan desvergonzada, tan dispuesta a cometer el mal por el interés más sórdido, pero dejamos de sorprendernos cuando reflexionamos que la fortaleza de ánimo de los pobres está completamente destruida a causa de la injusticia de los ricos. Los pobres se desprecian a sí mismos porque se ven objeto del desprecio y el rechazo de todo el mundo; odian a los ricos y a sus superiores, porque no ven en ellos sino enemigos, hombres desprovistos de piedad; odian la autoridad porque creen que sólo está hecha para oprimirlos, no para socorrerlos o defenderlos.

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