Javier López Facal (Breve historia cultural de los nacionalismos europeos)

[...] La comitiva se dirige a primera hora de la mañana al monumento a Rafael Casanova, erigido en 1888 por el Ayuntamiento de Barcelona en el "Salón de San Juan", donde se vienen depositando las flores desde el año 1984 y allí se entorna el himno Els segadors, compuesto en 1899 sobre la letra arreglada en clave nacionalista de un romance anterior.

Entre los presentes que entonan el himno se da por supuesto que Rafael Casanova fue algo así como el iniciador de la lucha por la independencia de la nación, por la que resistió heroicamente en 1714 el asedio de la ciudad de Barcelona, cap y casal de Catalunya, frente a las tropas españolas que acabarían arrasando la ciudad y suprimiendo sus tradicionales derechos y centenarias libertades.

La guerra que, como hemos dicho anteriormente, recuerdan las niñas españolas cantando que quieren ser tan altas como la luna para ver los soldados de Catalunya no fue, como es archisabido, una guerra entre España y Catalunya, sino una guerra entre dos bloques europeos, los Habsburgo de Austria, aliados con Holanda y Gran Bretaña, frente a Francia, tratando cada bando de situar a su propio candidato en el trono vacante de la Corte española. En los reinos españoles, por otra parte, las simpatías políticas por uno u otro bando estaban muy divididas, incluso entre ciudades muy cercanas, como la Alcalá austracista y el Madrid borbónico, o la Tortosa borbónica y la Barcelona austracista.

Rafael (un nombre poco catalán) Casanova creía y confesaba luchar per la llibertad de tota Espanya y, a la hora de organizar la defensa de la ciudad de Barcelona, estructuró los ocho regimientos con los que contaba de acuerdo con los orígenes de sus efectivos: los cuatro regimientos catalanes de la Generalitat, de la ciudad de Barcelona, de Nuestra Señora del Rosario y del coronel Busquets, unidos al de San Narciso de los alemanes, al de Nuestra Señora de los Desamparados de los valencianos, al de santa Eulalia de los navarros y al de la Inmaculada de los castellanos, que, por cierto, estaba comandado por el quizá gallego Gregorio de Saavedra. 

Considerar esta contienda, pues, como una guerra de España contra Catalunya es un anacronismo o un desvarío, como el de no pocos manuales de segunda enseñanza de hoy que nos presentan la batalla del Ebro de la guerra civil como un ataque español contra Catalunya.

El himno de Els Segadors, por otra parte, hace referencia a un levantamiento popular contra la política del conde duque de Olivares, que, en tiempos no tan lejanos, se habría interpretado en clave de lucha de clases, pero que hoy, cautivo y desarmado el ejercito rojo, las tropas nacionalistas han alcanzado sus últimos objetivos analíticos y, en consecuencia, no se admite otra interpretación que la de alzamiento nacional. Es curioso que entre el marxismo y el nacionalismo, creaciones ideológicas casi rigurosamente contemporáneas, el primero haya pasado a ser percibido como una antigualla decimonónica o vegésima, mientras que el segundo es visto como un lozano fenómeno vigesimoprimero casi posmoderno.

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LAS PATRIAS CONSTRUIDAS
La invención de las naciones ha solido ser obra de urbanistas más o menos cultos: intelectuales, escritores, poetas, historiadores, maestros, curas, periodistas y gentes de similares oficios o profesiones. Ocurre que tras una primera fase muy minoritaria en la que la nación era objeto de atención y culto solo en cenáculos o círculos muy reducidos, se pasa pronto a su extensión a sectores amplios de la ciudadanía, hasta alcanzar el carácter de movimiento de masas que acabará adquiriendo en todas partes y en todos los casos.

Este proceso implica una gran movilización de entusiasmos y recursos y una larga marcha sobre todo los ámbitos y sectores de la actividad humana: de la nación "en todo estás y eres todo/para mí y en mí misma habitas, /y no me abandonarás nunca, /sombra que siempre ensombreces".

El proceso de nacionalización no termina, además, cuando las tropas nacionales alcanzan sus últimos objetivos, porque para el nacionalismo, que es de natural muy voraz y aun insaciable, hay un plus ultra que le permite continuar la historia interminable de la formación del espíritu patrio.

Hemos mencionado ya cómo el osianismo de Mcpherson, y el subsiguiente romanticismo, habían desatado en toda Europa un gran interés por lo popular, lo antiguo, lo propio, y cómo una serie de estudiosos empezaron por doquier un sistemático trabajo de recogida de poesías orales y de tradiciones populares. Jacob Grimm fue uno de los personajes clave de este movimiento y sus magníficos trabajos obtuvieron de inmediato una gran repercusión. Pues bien, la lectura de las obras de Grimm condujo al "anticuario" inglés William Thoms (1803-1885) a inventar el término folk-lore, formado sobre el modelo de etno-grafía, que significaba más o menos lo mismo, pero que tenía la ventaja de estar en inglés y no en griego. Es claro que para hablar de lo nuestro, lo genuino, lo propio, un cultismo griego no era tan apropiado como si lo llamamos con un compuesto creado con palabras inglesas de toda la vida, especialmente si resultan algo arcaicas, poéticas o dialectales, como es el caso de lore. El neologismo tuvo un éxito fulgurante y, lo que es más importante, tuvo muchísimos seguidores la propia actividad de recoger y estudiar manifestaciones de literatura oral y objetos y tradiciones antiguas, conservados especialmente en las zonas rurales y entre los campesinos.

Thoms era persona inteligente e intelectualmente honesta, por lo que advirtió ya contra el "ultracentenarismo", otro neologismo de su propia cosecha, que consiste en atribuir una antigüedad exagerada a tradiciones recién inventadas o, en todo caso, no tan viejas como se reclaman. Su libro Human Longevity: its Facts and Fictions, de 1873, sienta los principios contra ese vicio, pero ni entonces no ahora sus llamadas a la cautela y al rigor histórico resultaron del agrado de los entusiastas creyentes en la ancestral perennidad de las naciones: tras un somero análisis, uno puede concluir que resulta grotesco, por ejemplo, que se postule una secular antigüedad para la "tomatina de Buñol, un poner, pero en cambio esa misma persona, dotada de capacidad crítica, acepta con aparente ingenuidad que los Estados-nación europeos y otros candidatos a serlo tengan una secular antigüedad como entes diferenciados ya desde la más remota antigüedad. 

Lo malo es que el folclore se convirtió con frecuencia en un fake-lore, es decir, en una "supercherigrafía" porque se pasaba con muchas facilidad de estudios etnográficos reales a invenciones "pseudografías" que más que recolectar tradiciones, las inventaban, pero no se vayan a creer ustedes que se hacía eso con ánimo de engañar a incautos lectores: en absoluto. El propósito era loable, noble y legítimo, porque se trataba de engendrar y honrar a la naciente patria con lo que todo estaba permitido, incluida la falsedad intelectual.

1 comentario:

jlcaballero dijo...

Mgnifico. Lo comparto al cien por cien.

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