Carlos García Gual - Emilio LLedó - Pierre Hadot (Filosofía para la felicidad - Epicuro)


EMILIO LLEDÓ
Esto plante una cuestión de gran actualidad y, sin duda, condicionará, en parte, el desarrollo del pensamiento contemporáneo. La presión que ejerce ese inmenso imperio de información que nos asfixia y condiciona, acaba por marcar las direcciones de nuestra ideología, y crear, en nuestra capacidad de entender, grumos ideológicos en los que se atasca lo que vemos del mundo y lo que somos capaces de entender.

Ese atasco mental provoca violencia e injusticias desde la fanática ceguera de quienes no han sabido o podido liberarse de la presión de una educación <<condicionada>>. <<El fruto más importante de la autarquía es la libertad>>. Una libertad que es, por supuesto, la libertad de poder pensar. El ya tradicional tema de la libertad de pensamiento es, hoy, una de las cuestiones capitales de la sociedad y una de las frases hechas que habría que deshacer. Porque esa deseable libertad de pensamiento no tiene nada que ver con que podamos decir lo que pensamos, sino con que podamos pensar lo que decimos. Para ello es necesario que nuestra mente no esté corrompida por las informaciones recibidas a través de una formación sectaria, padecida en tantas escuelas, cuya misión no es formar seres humanos libres, sino secretarios de una ideología, fanáticos de una religión.

CARLOS GARCÍA GUAL
Para explicarnos mejor algunos de los rasgos de la filosofía de Epicuro conviene, desde un principio, tener en cuenta algunos datos de su vida. Época, patria y condición social, si no determinan, condicionan al menos las preguntas y respuestas del horizonte intelectual. Algunas historias de la filosofía suelen fingir un proceso absoluto y utópico de las ideas, en el que unas unas teorías filosóficas polemizan con otras sobre un fondo abstracto, con escasas referencias a las circunstancias históricas de la vida de los filósofos, convertida en anécdota marginal a su pensar. Aunque pensamos que en plano general teórico probablemente nadie defiende hoy esta falsa autonomía del pensamiento frente a la vida personal, sin embargo, nunca está de más prevenirnos contra el riesgo de un teorizar ahistórico de un modo concreto. En nuestro caso parece imprescindible la evocación del marco histórico del mundo helenístico en que a Epicuro, el último gran filósofo ateniense, le tocó vivir.

Nació en Samos en el 341 a.C. y pasó en esta isla su niñez y adolescencia. Su padre, Neoclés, ciudadano ateniense, se había establecido allí como colono, y se ganaba la vida como maestro de escuela. Era entonces ésta una profesión connotada por un bajo nivel social y una cierta ramplonería de oficio. Aludiendo a esta condición del padre insultará a Epicuro el satírico Timón, llamándole <<el hijo del maestro de escuela>>: <<el último de los físicos y el más desvergonzado, el hijo del maestro de escuela, que vino de Samos, el más ineducado de los animales>>. Las condiciones de su posición familiar no eran las más favorables para una niñez despreocupada. La familia compuesta de los padres y cuatro hermanos, parece haber estado muy unida; y las relaciones cordiales de Epicuro con su madre (como muestra la carta dirigida a ella, testimoniada por Diógenes de Enoanda) y con sus hermanos (que le acompañarán en sus viajes y convivirán con él en el Jardín) son ejemplarmente auténticas.

PIERRE HADOT
Epicuro fue presentado a sus discípulos como un dios entre los hombres, venido a manera de salvador de la humanidad, convirtiéndose a su vez cada epicúreo en misionero, como ese Diógenes que en el siglo III a.C. en su ciudad natal de Oinoanda, en Licia (sudoeste de Turquía), hizo grabar una gigantesca inscripción destinada a dar a conocer a sus conciudadanos y a las generaciones futuras las líneas generales de la doctrina de Epicuro y su mensaje salutífero. Los antiguos coinciden, por lo demás, en reconocer la extraordinaria difusión de la doctrina epicúrea. Precisamente, la originalidad radical de la escuela epicúrea consistió en invitar a todos los hombres, incluso a los incultos o sin especial formación intelectual, y en admitir entre sus filas a esclavos y mujeres, incluyendo cortesanas, como aquella Leontión, discípula de Epicuro, a la que cierto pintor muestra <<en meditación>>.

La filosofía estoica tampoco rechazaba dirigirse a los esclavos, a las mujeres y, en general, a todos los hombres. A este respecto hay que recordar el juicioso apunte de G. Rodier: <<Los estoicos querían que la virtud y la felicidad [...] fuera accesible a todos; y querían que lo fueran en este mundo [...]. Pero para eso hace falta que el mundo en que vivimos sea el más hermoso y el mejor posible, que no sea el opuesto de el mundo superior [...], que no hay otras realidades que las que se ofrecen a nuestra vista dentro del seno celestial de Zeus>>. La idea de una filosofía de la prédica no está ausente en el estoicismo, y en este sentido se aprecia siempre una relación entre el cinismo y el estoicismo. A partir de Diógenes los cínicos se convirtieron en ardientes propagandistas, dirigiéndose a todas las clases sociales y predicando con el ejemplo para denunciar las convenciones sociales y proponer la vuelta a una sencillez vital en conformidad con la naturaleza. Epicteto convierte en cierto modo a los cínicos en los monjes del estoicismo. Son los enviados, los mensajero, los portavoces de Dios entre los hombres, siendo en general el filósofo Epicteto, el testigo.

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