John Gray (La comisión para la inmortalidad) La ciencia y la extraña cruzada para burlar a la muerte

Alexander Projánov, escritor ruso del siglo XXI no carente de simpatía por Stalin, ha escrito: <<El comunismo no es una máquina que produce una infinita variedad de mercancías [...]. Es la derrota de la muerte. Todo el pathos de la futurología soviética y el pensamiento tecnocrático soviético dirigido a la creación de un elixir de la "inmortalidad">>.

Los bolcheviques se consideraban racionalistas que rechazaban toda clase de misterio. Los constructores de Dios rechazaban las religiones del pasado porque éstas habían colocado el misterio en la humanidad. Sin embargo, desde sus principios, el bolchevismo fue una variante del gnosticismo, un moderno renacimiento de una de las religiones misteriosas del antiguo mundo. En las filosofías gnósticas tradicionales la Tierra es una cárcel de almas, de la que los adeptos individuales pueden emanciparse mediante una rigurosa disciplina interior. Una vez dejan de estar encarcelados en su cuerpo terrenal, pueden residir eternamente en un reino inmaterial. En la versión materialista del gnosticismo fomentada por los bolcheviques, la salvación era colectiva y física; el objetivo era librar a la humanidad de la naturaleza. El resultado fue la mayor destrucción de bienes materiales en los tiempos modernos, aparte de la que se desató durante la Gran Hambruna de la época de Mao (1958-1962). La devastación de la tierra por la colectivización agrícola excedió todo lo experimentado en la guerra civil, mientras la industrialización soviética desperdiciaba recursos naturales a una escala colosal. El materialismo en la práctica significó desmantelar el mundo físico. Una parte integral de este proceso fue la destrucción de la vida humana.

Los bolcheviques iniciaron un tipo de matanza en masa que jamás se había visto en Rusia. La pérdida de vidas entre 1917 y la invasión nazi en 1941, no se puede medir con precisión. Las estimaciones varían, con cifras que oscilan entre unos conservadores veinte millones hasta los más de sesenta millones. Con intención de crear un nuevo tipo de ser humano no sujeto a la mortalidad, el Estado soviético propagaba la muerte a una escala enorme. Innumerables seres humanos tenían que morir para que una humanidad nueva pudiera estar libre de la muerte.

Las ejecuciones sumarias fueron utilizadas por los bolcheviques desde el momento en que llegaron al poder. Bajo el Gobierno Provisional de Kérenski se abolió la pena de muerte. Ésta fue restaurada en junio de 1918. En agosto, Lenin dio las instrucciones de que las revueltas campesinas fueran <<reprimidas sin piedad>>. La <<Ley del ahorcamiento>> de Lenin del 11 de agosto de 1918 exigía que <<no menos de un centenar de kuláks [campesinos ricos]>> fueran ahorcados, asegurándose de que el <<ahorcamiento tiene lugar en plena vista del pueblo>>. <<Ejecutar a los rehenes -escribió Lenin- según el telegrama de ayer. Esto tiene que llevarse a cabo de tal modo que los que estén a cientos de kilómetros de distancia lo vean, tiemblen, sepan y griten>>. El comisario de Justicia de Lenin, Nikolái Krilenko, uno de los fundadores del sistema legal soviético, lo expresó así: <<Debemos ejecutar no sólo a los culpables. Ejecutar a los inocentes impresionará todavía más a las masas>>. Krilenko reveló tener cierto sentido del humor cuando explicó que un almirante soviético sentenciado a muerte por actividades contrarrevolucionaria antes de que restableciera la pena de muerte no fue ejecutado, sino tiroteado. El propio Krilenko, después de ser arrestado y de confesar actividades antisoviéticas, fue fusilado en 1938.

En años posteriores, la pena capital fue restablecida y abolida muchas veces, mientras las matanzas en masa por parte de las autoridades soviéticas proseguían. En 1919 fusilaron a los boy scouts de Moscú, y en 1920 a todos los miembros de sus clubes de tenis. La ejecución se produjo porque estaban en una lista, no porque nadie hubiera hecho nada. Entre mediados de 1918 y finales de la guerra civil en 1921, la Checa ejecutó entre cien mil y doscientas cincuenta mil personas, si la cifra anterior no incluye a los que murieron en los campos de concentración, unas siete veces el número de los ejecutados en el último siglo por el zarismo. Después de 1918, la Rusia soviética perdió una octava parte de su territorio y una sexta parte de su población, cuando los estados bálticos, Finlandia y Polonia alcanzaron la independencia. A pesar de esto, los bolcheviques ejecutaron a más personas en sus primeros cuatro años de estar en el poder que los Romanov en sus trescientos años de historia.

Los métodos de ejecución eran eclécticos. Crucifixión, mutilación sexual e empalamiento, desmembramiento, lapidación, despellejamiento, congelación, escaldamiento y quemaduras hasta la muerte eran corrientes. Rosalia Zemliachka, la amante chequista del revolucionario húngaro Béla Kun, quien con la aprobación de Lenin mató a cincuenta mil guardias blancos, solía atar a los oficiales por parejas y los quemaba vivos en hornos. Otro método -una versión del cual aparece en la novela 1984 de Orwell como técnica de tortura- implicaba el empleo de ratas. En la novela de Orwell, amenaza a Winston Smith diciéndole que le atarán a la cara una jaula llena de ratas hambrientas. La Checa las ponía en tuberías de metal, cerraba las cañerías por un extremo y las calentaba hasta que los roedores escapaban abriéndose paso por el estómago de la víctima. Otro método consistía en un bloque de madera sobre el que la víctima tenía que poner la cabeza con el fin de que les extrajeran el cerebro con una palanca; en el suelo, a su lado, había un agujero en el que caía material cerebral procedente de los cráneos al partirlos.

Lo que quedaba de las víctimas no se tiraba. La ropa se guardaba para ser utilizada, junto con cualquier otra cosa que pudiera extraerse de los cuerpos. Lenin llevaba los tirantes de un prisionero ejecutado por la Checa de Moscú, mientras un célebre chequista tenía dentaduras postizas hechas con dientes de oro de los sujetos a los que interrogaba.

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El problema con la idea de que la ciencia puede proporcionar la inmortalidad es que las instituciones humanas son inalterablemente mortales. Los que esperan una solución técnica para la muerte suponen que el progreso científico continuará junto con algo parecido al modelo de vida presente. Una idea más probable es que la ciencia avance en un ambiente de guerra y revolución. Esto es lo que ocurrió en el siglo XX, en el que una cantidad mayor de personas murió a manos de otros humanos que en cualquier otra época de la historia.

A principios del siglo XXI las tecnologías para la matanza en masa se han vuelto más potentes y se han difundido más ampliamente. No sólo las armas nucleares, sino también las armas químicas y biológicas son cada vez más baratas y más fáciles de usar, mientras que la ingeniería genética seguro que se utilizará para crear métodos de genocidio que destruyan la vida humana de forma selectiva a gran escala. En una época que la difusión del conocimiento hace que estas tecnologías sean todavía más accesibles, los índices de mortalidad podrían ser muy elevados, incluso entre aquellos cuya longevidad se ha alargado de modo artificial.

Además, los que se han beneficiado de técnicas de prolongación de la vida podrían encontrarse en un entorno cada vez más inhóspito para la vida humana. Durante el siglo actual, el cambio climático puede alterar de un modo radical e irreversible las condiciones de vida de los humanos. Los supervivientes podrían encontrarse en un mundo diferente de todos en los que hasta ahora han vivido los humanos.

El calentamiento global, efecto secundario del aumento del conocimiento, no puede ser detenido por el avance científico. Utilizando la ciencia, los humanos pueden adaptarse mejor a los cambios que se avecinan. No pueden detener el cambio climático que han puesto en funcionamiento. La ciencia es una herramienta para resolver problemas: lo mejor que los humanos poseen. Pero tiene esta peculiaridad, que cuantos más éxito tiene más nuevos problemas crea, algunos de los cuales no tienen solución. Ésta es la conclusión impopular, y no sólo se resisten a ella los que creen que la tecnología puede superar la mortalidad. También lo hacen los verdes que apoyan las tecnologías renovables y el desarrollo sostenible. Si los humanos han causado el cambio climático, insisten los verdes, los humanos también pueden detenerlo.


No había humanos hace unos cincuenta y cinco millones de años, a principios del Eoceno, cuando por motivos que todavía no están muy claros -se ha sugerido la actividad volcánica o el impacto de un meteorito- la Tierra experimentó un calentamiento. Por el contrario, el calentamiento global actual está causado por el hombre; es un efecto secundario de la industralización a nivel mundial. El aumento de la producción industrial ha ido parejo a un creciente empleo de combustibles fósiles, produciendo emisiones de carbono a niveles que no se han visto en millones de años. Al mismo tiempo, el número de seres humanos se ha disparado, y los humanos se han expandido por todas partes. Los bosques pluviales se han destruido para permitir la agricultura y la ganadería, así como la fabricación de biocombustibles. Los poderes de regulación del clima de la biosfera se han dañado, y el ritmo del cambio climático se ha acelerado. Se está produciendo un perverso proceso de retroalimentación. La ciencia hace posible incrementar la población humana, al tiempo que desestabiliza el medio ambiente del que los humanos dependen para sobrevivir.

Haciéndose eco del científico aeronáutico Konstatín Tsiolkovski, algunos piensan que los humanos deberían escapar del planeta que han destripado emigrando al espacio exterior. Por suerte, no hay perspectivas de que el animal humano extienda su destructiva carrera de este modo. Enviar un solo ser humano a otro planeta tiene un coste prohibitivo, y los planeta del sistema solar son más inhóspitos que la desolada Tierra de la que los humanos escaparían.

Visionarios como Wells imaginaban el último ser humano en un mundo agonizante, mientras los ecologístas hablan de salvar el planeta. Sin duda, la Tierra -el sistema planetario que incluye la biosfera- no es inmortal. Algún día también morirá. Sin embargo, pensando en forma positiva, la Tierra durará mucho más que el efímero animal humano. Innumerables especies han perecido como consecuencia de la expansión humana, e incontables más morirán a consecuencia del cambio climático provocado por el hombre. Pero el planeta se recuperará como ha hecho en el pasado, y la vida prosperará durante millones de años, mucho después de que los humanos hayan desaparecido para siempre. 

* John Gray (El silencio de los animales) Sobre el progreso y otros...

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