Joan F. Mira (Los Borja)

INTRODUCCIÓN

Acercarse a la familia Borja y a su tiempo, levantar el velo de la distancia y del mito -conocer un poco mejor quiénes eran realmente y qué clase de vida vivieron- equivale, casi inevitablemente, a sentir los efectos de un poder de atracción muy especial. Porque familias como aquella, en un época como aquella, ha habido muy pocas en la historia de Europa. Cada periodo histórico, cada época, es rigurosamente singular, como es singular cada país, cada ciudad o cada linaje más o menos ilustre. Así pues, y teniendo eso presente, no es ninguna osadía añadir que el papado, y la Italia y la Roma renacentistas, y los Borja en aquella Roma, en aquella Italia y en aquel papado, presentan una singularidad muy especial. Para empezar, pocos precedentes había, si había alguno, de un linaje venido de fuera de Italia, salido de la nada, que en cincuenta años diera dos papas y una docena larga de cardenales, que se instalara durante medio siglo completo en el centro mismo de un poder turbulento, y que al llegar al punto más alto desapareciese de golpe para caer inmediatamente en la leyenda negra, en la infamia y en la destrucción de la memoria.

Que un hombre salido de la nada llegara a la sede de San Pedro, como el papa Calixto III, no suponía ninguna novedad. Que el sobrino de este papa fuera papa a su vez, podía pasar alguna vez, pero no era tan frecuente. Ahora bien, que este segundo papa de la familia culminara su ascenso casando a cuatro hijos con las familias soberanas, eso no había pasado nunca, ni ha vuelto a pasar. Si añadimos que los años de pontificado de un valenciano tan singular como Alejandro VI fueron decisivos para establecer los cimientos militares y políticos del nuevo poder papal, y si añadimos, además, que dos de sus hijos, Lucrecia y César, se convirtieron con o sin motivo en una especie de encarnación o arquetipo permanente en las <<virtudes>> y de los <<vicios>> de su tiempo, entonces la materia borgiana ya no es solamente una peripecia interesante: es una materia irrepetible y única. Es una peripecia vital y familiar tejida con materiales tan fuera de lo común que, si no hubiera sucedido como sucedió, seguramente ni la imaginación, más fértil y atrevida podría fabricar de forma creíble una historia como aquella. ¿Quién podría haber imaginado, en efecto, la historia de una familia que empieza con un simple clérigo de un país marginal, que llega a papa con cerca de ochenta años y organiza la defensa de Belgrado contra los turcos, aspira a colocar un sobrino suyo en el trono de Nápoles y deja a otro como jefe de la administración de la Iglesia Romana; y que éste a su vez, con siete u ocho hijos a su cargo, llega también a papa, destruye el poder inmemorial de los barones romanos, proyecta fundar nuevos estados para su estirpe, casa a sus hijos con las más altas casas reinantes de Europa, y en el momento de su muerte cae denigrado por un aprobio más negro que ningún otro de sus antecesores?. ¿Quién habría sido capaz de sumar tanta fantasía, y de añadir todavía que, cien años después del primer protagonista, el <<ciclo dramático>> se cerraría con un actor como Francisco de Borja, santo insigne y puntual de una Iglesia Romana que convertiría definitivamente en impensable una historia como la de sus antepasados?

Un viajero que visite Roma con un poco de detenimiento, comprobará que las huellas de aquella historia están todavía bien presentes. Para empezar, en el mismo Vaticano, en el que una torre Borgia, unos appartamenti Borgia y un cortile Borgia forman una especie de núcleo central del complejo de los palacios apostólicos. Miles de turistas atraviesan cada día, sin saber por dónde pasan, las salas donde vivieron y murieron aquellos personajes de leyenda. Miles de valencianos deben de pasar también, cada año, sin saber que aquel es el espacio íntimo y real de sus compatriotas más ilustres: lo ignoran, pasando de largo y a toda prisa hacia las estancias de Rafael y de la Capilla Sixtina. ¿Cuánta gente se para a contemplar el magnífico retrato del gran papa de Xátiva arrodillado al lado del santo sepulcro vació?, o cuántos de sus paisanos se detienen ante una hermosa chimenea de mármol en la que está escrito Alexander Papa VI Borja Valentinus? Muy poca gente sabe también (y seguro que los guías tampoco suelen explicarlo a los visitantes valencianos) que aquel gran escudo sobre el tambor del Castillo Sant`Angelo, encima de la puerta d entrada, es el escudo del papa Alejando Borja. O que el techo de la basílica de Santa María la Mayor está cubierto de artesonados en los que sobresale el toro heráldico de la casa y de las armas del linaje de Xátiva.

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