José Luis San Miguel de Pablos (La rebelión de la consciencia)

MATERIALISMO Y SOCIEDAD

Para todos está claro que la subida en fecha del materialismo y del ateísmo a partir del siglo XIX se explica por la ganancia del prestigio de la ciencia, pareja al prestigio creciente de la religión entre las élites culturales y el proletariado de los países occidentales.

Por lo que se refiere en concreto al materialismo metafísico, hay que sumar a esto la fijación decimonónica de una imagen de la materia en la estela de Demócrito, junto al descrédito del vitalismo que había impregnado tanto las especulaciones dieciochescas como la Naturphilosophie, el cual era reemplazado por una química orgánica que empezaba alcanzar logros espectaculares, como la síntesis de la urea por Wöhler en 1828. Fue en este contexto en el que se acuñó la célebre frase <<el cerebro segrega el pensamiento como el hígado segrega la bilis>>. Y la revolución industrial hizo el resto... Ejércitos de obreros-hormigas haciendo marchar complejos gigantescos de extracción y producción cada vez más mecanizados. Poco importaba ahí la interioridad, como muy gráficamente mostró Chaplin en su obra maestra cinematográfica Tiempos modernos.

La asunción de la filosofía materialista por la principal ideología del movimiento obrero, el marxismo, queda así contextualizada. Otro motivo fue, claro está, la confrontación con una religión institucional que se decantaba por los poderes establecidos y cuyo espiritualismo era marcadamente transmundano. Pues la oposición al transmundanismo de las religiones -no solo las del Libro- fue otra razón de peso. Ya que centrarse en el vivir para luchar de forma decidida por remover los obstáculos que dificultan el logro de la plenitud vital, de la felicidad, es condición previa para lograrlo, y si la(s) religion(es) a ese centralismo porque <<luego viene otra cosa que es lo único que de verdad importa>>, se puede entender la calificación de la religión por Marx de <<opio del pueblo>>.

Sin embargo, el precio que las corrientes históricas opuestas a la explotación del hombre por el hombre han tenido que pagar por apostar a nivel filosófico por el materialismo ha sido muy alto. Cabe, en realidad, preguntarse si una concepción del mundo materialista es coherente con el combate por la dignidad y la felicidad de los seres humanos. Cierto que el adjetivo <<dialéctico>> matiza, debilitándono en cierto modo, el <<materialismo>> sustantivo, puesto que la dialéctica -cuya intuición primera resume el yin-yang taoísta- viene a coincidir con el principio de omni-interrelación dinámica generativa, y se opone al materialismo vulgar, mecanicista. Pero, por un lado, Lenin recondujo el materialismo dialéctico hacia el materialismo vulgar, con su aventurada afirmación de que no existe diferencia entre fenómeno y objeto-en-sí, y por otro, la oficialización del materialismo en el <<socialismo real>> mostró que cualquier metafísica, al convertirse en doctrina de estado, se transforma fatalmente en <<religión>> en el peor de los sentidos. 

En todo caso, la pregunta esbozada unas líneas más arriba es pertinente. ¿El mejor marco para impulsar la liberación de la humanidad de las trabas alienantes que la hacen infeliz es una filosofía materialista? Como eficaz seguro contra cualquier transmundanismo que impida vivir el aquí-y-ahora, en plenitud, muchos han creído que sí. Carpe diem es una máxima excelente, pero ¿es realmente imprescindible ser materialista y adherirse al dogma de la nada para vivir hic et nunc con total entrega? La respuesta claramente es no. Cada instante de vida es inmensamente -quizá infinitamente- valioso, y da igual que haya o deje de haber algo <<después>>, puesto que cada tramo es también meta, y al revés, toda meta es solo el final de un tramo. El camino -como saben los peregrinos lúcidos de Santiago de Compostela- es igual de importante que la meta, que por lo demás marca el inicio de nuevas singladuras. Este entendimiento del vivir, propugnado típicamente por las <<nuevas>> espiritualidades de raíces antiguas, rompe tanto con la veneración del <<muero porque no muero>> -que solo cabe justificar a nivel literario- como con la idea de que solamente el materialismo permite un centramiento pleno en el vivir-aquí.
Pero vayamos al meollo de la cuestión. Es el ser humano que vive y siente el que busca la plenitud y, como condición importante, la recuperación de su libertad, la quiebra de las servidumbres impuestas, de las desigualdades injustas, el fin de la pobreza y de la degradación de sus condiciones de vida, así político-económicas como relacionales y medioambientales. Ahora bien, solo una concepción del mundo que reconozca la centralidad de la esencia viva y consciente del sujeto puede apoyar con coherencia el combate ineludible. Porque unos entes que carecen de vida interior no se pueden liberar ¡puesto que nada hay entonces que liberar! Y por lo demás, la experiencia histórica ha hecho ver ya, reiteradamente, que las cadenas que es preciso romper no están únicamente <<fuera>>, en el contexto social y en el correspondiente a la superestructura económico-política, sino también, <<dentro>>, en la individualidad misma, de suerte que la liberación tiene que ser psicoespiritual igualmente, o si no la cosa no funciona a ningún nivel. Y viceversa, por que el individuo salvacionista tampoco sirve: la humanidad, más aún, la vida de la Tierra, es una.

No nos engañemos, lo que está hoy en juego es poner fin al bloqueo que sufre la humanidad, metida en un callejón sin salida a múltiples niveles. Ahora bien, si algo está meridianamente claro es que este callejón sin salida tiene mucho que ver con el materialismo, y me refiero ahora al materialismo práctico, el Mammón del Evangelio. Pero, como ya hemos visto, pretender que el materialismo práctico y el teórico o metafísico no guardan relación es insostenible. La filosofía natural del economicismo capitalista es el materialismo. En cambio, la asunción del materialismo metafísico por las corrientes históricas anticapitalistas fue, no nos engañemos, un hecho contingente, comprensible en su contexto, pero incoherente en el fondo.

 Entrevista a José Luis San Miguel de Pablos

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