David Graeber (De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia)

Síntesis

Acerca del movimiento de tecnologías poéticas a tecnologías burocráticas

Toda la maquinaria para ahorrar mano de obra que se ha construido hasta ahora no ha aliviado el trabajo de un solo ser humano.
                                       John Stuart Mill

La premisa de este libro es que vivimos en una sociedad profundamente burocrática. Si no nos damos cuenta de ello, es en gran medida porque las prácticas y requerimientos burocráticos se han vuelto tan ubicuos que apenas podemos verlos, o peor: no nos imaginamos haciendo las mismas cosas de otra manera.

Los ordenadores han tenido un papel crucial en todo esto. Así como la invención de nuevas formas de automatismos industriales en los siglos XVIII y XIX tuvieron el paradójico efecto de convertir a cada vez más personas del mundo en trabajadores a jornada completa, el software que debía librarnos de las responsabilidades administrativas en décadas recientes nos ha acabado convirtiendo en administradores a tiempo parcial o total. Así como los profesores universitarios parecen creer que es inevitable pasar cada vez más tiempo gestionando becas, los padres sencillamente aceptan que tendrán que pasar semanas enteras, cada año, rellenando formularios online de cuarenta páginas para conseguir escuelas aceptables para sus hijos, y los dependientes de tiendas se dan cuenta de que emplearán cada vez porciones mayores de sus vidas introduciendo claves de acceso en sus teléfonos para gestionar sus varias cuentas bancarias y de crédito, y casi todo el mundo comprende que ha de aprender a realizar tareas antaño relegadas a los agentes de viajes, brokers y contables. 

Alguien cifró una vez en seis meses la cantidad de tiempo de su vida que un estadounidense medio pasa esperando que cambie la luz del semáforo. No sé si hay cifras similares para el tiempo que pasará rellenando formularios, pero ha de ser al menos otro tanto. Como mínimo me parece sensato decir que ninguna población en la historia de este planeta ha pasado jamás tanto tiempo dedicada al papeleo.

Y sin embargo todo esto se supone que está pasando tras haber derrocado al terrorífico, pasado de moda y burocrático socialismo, y el triunfo de la libertad y el mercado. Evidentemente ésta es una de las paradojas de la vida contemporánea, muy a pesar de, como en el caso de las promesas incumplidas de la tecnología, parecemos haber creado una profunda aversión a hablar del tema.

Estos problemas están claramente relacionados: por muchas razones diría que son el mismo problema. Tampoco es un problema de que las sensibilidades burocráticas (o, más específicamente, de tipo gestor) hayan asfixiado todo tipo de visión creativa e ingenio colaborativo. Lo que en realidad ha traído es una extraña inversión entre medios y fines, en que la creatividad se pone al servicio de la administración en lugar de ser al revés.

Yo lo expresaría así: en esta fase final y embrutecedora del capitalismo, estamos pasando de tecnologías poéticas a tecnologías burocráticas.

[…] Así pues, cuáles son las implicaciones políticas?

En primer lugar, me parece que tenemos que repensar radicalmente algunas de nuestras nociones más básicas acerca de la naturaleza del capitalismo. Una de ellas es que el capitalismo es, de algún modo, igual al mercado, y que ambos son, por lo tanto, hostiles a la burocracia que es una criatura del Estado. La segunda es que el capitalismo es, por naturaleza, esencialmente progresista. Parecería que Marx y Engels, en su atolondrado entusiasmo por las revoluciones industriales de su época, sencillamente estuvieran equivocados a este respecto. O, para ser más precisos: tenían razón al insistir en que la mecanización de la producción industrial acabaría destruyendo el capitalismo; erraban al afirmar que la competencia del mercado obligaría a los propietarios a seguir, en cualquier caso, con la mecanización. Si no ocurrió así es porque la competencia mercantil no es, en realidad, tan crucial para la naturaleza del capitalismo como ellos habían predicho. Como mínimo la actual forma del capitalismo, en la que gran parte de la competencia parece tomar forma de mercadotecnia interna dentro de las estructuras burocráticas de grandes empresas en casi monopolio, les habría resultado seguramente sorprendente. 

En general, los defensores del capitalismo efectúan tres grandes aseveraciones históricas: la primera, que ha impulsado un rápido desarrollo científico y tecnológico; la segunda, que aunque pueda arrojar enormes riquezas a una minoría, lo hace de tal manera que genera prosperidad para todo el mudo, y la tercera, que al hacerlo crea un mundo más seguro y más democrático. Es bastante evidente que en el siglo XXI el capitalismo no está haciendo ninguna de estas tres cosas. De hecho, sus partidarios están cada vez más abandonando la aseveración de que se trata de un sistema especialmente bueno, y se apoyan, en lugar de ello, en la que que es el único sistema posible, o al menos el único posible para una sociedad compleja y tecnológicamente sofisticada como la nuestra.

Como antropólogo, me enfrento a esta argumentación continuamente.

ESCÉPTICO: Puedes tener todos los sueños utópicos que quieras, pero estoy hablando de un sistema político o económico que realmente funcione. Y la experiencia nos ha demostrado que lo que tenemos es la única opción, en realidad.

YO. ¿Nuestra forma particular de gobierno de representación limitada (o capitalismo corporativo) es la única forma posible de sistema económico o político? La experiencia no demuestra eso. Si analizas la historia de la humanidad, puedes hallar cientos, incluso miles de sistemas políticos y económicos diferentes. Muchos de ellos son completamente diferentes a lo que tenemos ahora.

ESCÉPTICO: Evidentemente, pero tú hablas de sociedades a una escala más pequeña y sencilla, o con una base tecnológica mucho más sencilla. Yo hablo de sociedades modernas, complejas, tecnológicamente avanzadas. Así que tus contraejemplos son irrelevantes.

YO: Un momento. ¿Estás diciendo que el progreso tecnológico en realidad ha limitado nuestras posibilidades sociales? ¡Pensaba que era más bien al revés!

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