Fernando Savater (Política para Amador)

TODOS PARA UNO Y UNO PARA TODOS
La malo de la pertenencia fanática a una comunidad sin más argumentos que la de ser <<la nuestra>>, que <<los de aquí somos así>>, es que se olvida cómo han llegado los hombres de cada grupo a adquirir su forma de vida en común. En cada caso se ha intentado solucionar ciertos problemas concretos, no diferenciarse a toda costa de los vecinos ni expresar una <<identidad propia>>. A veces ciertas soluciones son peores que otras y es aconsejable cambiarlas cuando se conocen las mejores: los humanos han sido influenciándose y educándose unos a tros, ninguno ha desarrollado la <<pureza>> de su esencia sin contagio con quines les rodean. La numeración romana, por ejemplo, fue un rasgo enormemente carasterístico de la identidad cultural latina pero sin duda la numeración árabe es mucho más eficaz y prática: hubiera sido absurdo conservar la primera porque es <<la nuestra>> en lugar de adoptar la otra... ¡que por cierto hoy es tan <<nuestra>> ya como lo fue la primera y con evidentemente mejores resultados! Los mismo podríamos decir de muchas otras cosas, no sólo técnicas y descubrimientos científicos, sino también usos morales e instituciones políticas: la democracia inventada por los griegos, el rechazo del canibalismo, o la abolición de la esclavitud o de la tortura o de la pena de muerte, el voto de las mujeres y su equiparación laboral con los hombres, etc... Se puede ser humano (naturalmente humano) de muchas maneras, pero lo más humano de todo es desarrollar la razón, inventar nuevas y mejores soluciones para viejos problemas, adoptar las respuestas práticas más eficaces inventadas por los vecinos, no encerrarse obstinadamente en <<lo que siempre ha sido así>> y lo que nuestro grupo consideró como <<perfecto y natural>> hasta ayer. La gracia no está en emperrarnos en ser lo que somos sino en ser capaces, gracias a nuestros propios esfuerzos y a los de los demás, de llegar a mejorar lo que somos.
A fin de cuentas, lo que importa no es nuestra pertenencia a tal nación, tal cultura, tal contexto social o ideológico (porque todo eso, por muy influyente que sea en nuestra vida, no es más que un conjunto de casualidades), sino nuestra pertenencia a la especia humana, que compartimos necesariamente con los hombres de todas las naciones, culturas y estratos sociales. De ahí proviene la idea de los derechos humanos, una serie de reglas universales para tratarnos los hombres unos a otros, cualquiera que sea nuestra posición histórica accidental. Los derechos humanos son una apuesta por lo que los hombres (no me refiero a los varones solamente, claro, sino a todas las personas, hembras y varones) tenemos de fundamental en común, por mucho que sea lo que casualmente nos separa. Defender los derechos humanos universales supone admitir que los hombres nos reconocemos derechos iguales entre nosotros, a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos: supone admitir, por tanto, que es más importante ser individuo humano que pertenecer a tal o cual raza, nación o cultura. De ahí que sólo los individuos humanos puedan ser sujetos de tales derechos. En cuanto se reclaman esos derechos para grupos especiales o cualquier otra abstracción (sean <<pueblos>>, <<clases>>, <<religiones>>, <<lenguas>>, por no hablar de <<los no nacidos>>, <<los mares>>, <<las montañas>> o diversos tipos de animales) se está pervirtiendo su sentido, aunque sea con la mejor de las intenciones. Por ponerte un par de ejemplos: un individuo tiene el derecho humano a manejar su lengua, pero una lengua no tiene el derecho de buscarse hablantes forzosos que la perpetúen; los individuos humanos tenemos derecho a querer conservar no contaminada el agua que bebemos, pero el agua no tiene el derecho de exigir no ser contaminada, etc.

Fernando Savater (Ética y ciudadanía)

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