Eduardo Mendoza (Qué está pasando en Cataluña)

LA REPRESIÓN DE CATALUNYA BAJO EL FRANQUISMO

Éste es un tema recurrente que también conviene matizar y, sobre todo, separar de otros temas con los que suele mezclarse. 

Es evidente que Cataluña sufrió la represión del franquismo posterior a la Guerra Civil, al igual que el resto de España. En Cataluña la represión revistió características especiales, dadas sus peculiaridades. Por una parte, no fue tan violenta como en otros puntos de la península, porque la entrada de las tropas franquistas se produjo al final de la guerra y porque la proximidad de la frontera permitió la huida de muchas víctimas potenciales. El exilio es un hecho penoso, pero es preferible al fusilamiento. Por otra parte, Cataluña sufrió una represión adicional por dos motivos: el separatismo por un lado y la cultura y lengua catalanas por otro. 

El separatismo fue uno de los banderines de enganche de la rebelión militar y, como otros banderines, grandemente exagerado. 

Para empezar, el término «separatismo» ya lleva aparejado un juicio de valor. Implica una unidad que alguien quiere romper. Y presupone un componente de deslealtad que, más o manos larvado, ha perdurado en el imaginario español. El separatismo, como la conspiración judeo-masónica o un comunismo fantasmal, era el pilar de un enemigo contra el cual se aglutinaba el no-pensamiento franquistas. 

En realidad, el separatismo no estaba tan extendido en Cataluña como la propaganda franquista se contaba así misma. En Cataluña había una numerosa población de inmigrantes de ideología anarquista o socialista (luego también comunista) que desde el principio hizo suya la causa de la República, luchó en varios frentes y fue diezmada en el Ebro. La industria catalana se reconvirtió en industria de guerra y fue un elemento esencial de la resistencia a la rebelión. Muchos catalanes que mantenían posturas enfrentadas al Gobierno de Madrid aparcaron sus diferencias durante la guerra para hacer causa común a favor de la República. 

No hay que olvidar que una buena parte de los intelectuales jóvenes (y no tan jóvenes) catalanes se apuntaron al movimiento falangista, se pasaron al bando franquista y colaboraron en la propaganda y, en buena parte, en la construcción intelectual del futuro régimen desde Burgos o Salamanca. La torpeza y cerrazón de los militares, que se hacían eco de la hostilidad de la ultraderecha española contra Cataluña, impidieron que se frustrara el proyecto falangista catalán, por la desconfianza general y por la cuestión de la lengua. La frustración ante esta negación injustificada llevó a muchos de aquellos intelectuales a una abierta oposición dentro del régimen y a otros a buscarse un puesto en medios culturales en el extranjero o a una exilio interior cuya amargura venía suavizada por el melancólico sentido del humor catalán. 

Ni siquiera fue abiertamente separatista el sólido contingente catalán en el exilio, cuya cohesión, a pesar de sus conflictos internos y las dificultades propias de la distancia (unos estaban en Francia, otros repartidos por el continente americano), se mantuvo hasta la vuelta de Tarradellas en 1977. La independencia de Cataluña podía ser para algunos un sueño de futuro, pero no formaba parte de su ideario. Sí lo era la recuperación de las libertades perdidas, la amnistía de los presos y exiliados y la restauración de un gobieno autónomo. 


¿UNA DEMOCRACIA FRANQUISTA?

La democracia era un fantasma que quitaba el sueño a Franco y que su largo insomnio transmitimos casi sin retoques.

El sueño de la democracia consiste en creer que la democracia es un estado superior en el cual basta invocarla como si fuera un sortilegio para que se resuelvan todos los problemas. Pero no es así. La vida de una sociedad es dura. La democracia ofrece algunos recursos para mitigar la arbitrariedad y el abuso del poder, pero no más. Es sólo el reglamento de un sistema tan despiadado como cualquier otro. 

Digo esto porque en los acontecimientos de las últimas semanas se invocó la democracia de un modo que sólo puedo calificar de ingenuo. El Govern de la Generalitat organizó un referéndum con carácter vinculante para someter a plebiscito la independencia de Catalunya. Después de reiteradas advertencias, el Gobierno español tomó medidas para impedir la realización de este referéndum por la vía de hecho. No discuto aquí si estas medidas fueron adecuadas, oportunas o proporcionadas. Sin duda fueron contundentes y en algunos casos brutales, como suelen ser este tipo de intervenciones, aquí y en todo el mundo. Lo que señalo es la incongruencia de protestar porque las fuerzas del orden impedían a la gente hacer algo tan simple como votar. O subrayar el espíritu pacífico e incluso festivo que presidía la concurrencia a los centros de votación. Es obvio que la gente no quería votar en el sentido de meter un papel en una urna, sino decidir un asunto de la máxima trascendencia, como es la independencia de parte de un Estado. Es obvio que a los ojos de la ley el buen talante del transgresor no es una eximente. También es obvio que un sistema que en los años duros de la crisis no tenía reparo en dejar sin hogar a una anciana desvalida no lo había a tener a la hora de impedir que otra anciana, por su propia voluntad, participara en una votación expresamente prohibida. El creer que todas estas obviedades debían esfumarse al conjunto de la democracia demuestra hasta qué punto el concepto de democracia como algo mágico ha calado en el ánimo de una sociedad. Porque es posible que esta invocación la hicieran algunos políticos y algunos medios de difusión, con fines de estrategia coyuntural, pero no hay duda de que la idea ha sido y sigue siendo compartida de buena fe por un sector muy numerosos de la población, en Catalunya y en el resto de España. 

La liquidación definitiva del franquismo no pasa sólo por la retirada de estatuas, placas y símbolos, ni por llevar a cabo una serie de medidas conocidas con el nombre genérico de la memoria histórica. Bien están estas medidas, si no maquillan la realidad. No sirve de mucho atacar los símbolos con otros símbolos. Más valdría dejar los símbolos donde están y atacar lo que significan, si aún significan algo. Pero más importante aún es despertar del suelo heredado del franquismo, y eso es un ejercicio que en muchos sectores todavía no se ha empezado a hacer.

 * Eduardo Mendoza (Sin noticias de Gurb)

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