Juan José Sebreli (Dios en el laberinto) Crítica de las religiones

Esoterismo, ocultismo y superstición

Los filósofos de la Ilustración del siglo XVIII cometieron dos errores respeto a la religión. Uno fue la creencia, en base a un Rousseau mal leído, del mito del buen salvaje, del idilio silvestre destruido por la civilización y sus correlativas instituciones religiosas y estatales.

Posteriores investigaciones antropológicas demostraron que la joven antropóloga Margaret Mead había imaginado el idilio de los pueblos primitivos. Lejos de la vida paradisíaca, los salvajes vivían atormentados por espíritus malignos, sometidos a la obediencia de tabúes y tótems, al culto de íconos y de rituales absurdos. El otro error, esta veZ inspirado en Voltaire, fue creer que la religión era una mera patraña inventada por los sacerdotes y monarcas para mantener sumisos a los pueblos.

La creencia de algo transcendente y misterioso precedió a las religiones tradicionales, en la forma de animismo, el fetichismo y la magia, en tanto la religión fue una etapa superior de esas creencias. Además, las primeras religiones estimularon, sin proponérselo, el surgimiento del pensamiento racional al atacar la idolatría de los íconos —aunque después recayeran en ella— y, por otra parte, prepararon las condiciones para una consecuencia no deseada, la superación de la propia religión. Dialécticamente, el desarrollo de la religión provocaba su propia negación. Esta interpretación parecía dar la razón al positivismo que, en ese aspecto, fue una superación del ingenuo deísmo ilustrado. 

Más que un engaño, las religiones son un autoengaño. La invención de sacerdotes y reyes no había causado efecto si no hubiera sido aceptada por millones de individuos que carecían de todo poder y necesitaban protección en esta tierra y compensar su vida desdichada con la ilusión de un más allá venturoso. Los poderosos solo han usado en su propio provecho esa necesidad humana.

La manipulación política o económica impone necesidades artificiales en un público pasivo e inerte, pero no tendrías tantas posibilidades de éxito si no respondiera, a la vez, a exigencias conscientes o no de ese mismo público. No se engaña sino a quien está predispuesto a ser engañado. Los primeros grandes analistas de la religión, no creyentes, Feuerbach, Marx, Weber, Durkheim, Freud, concibieron por igual la religión —aunque ilusoriamente— a necesidades básicas de los hombres.

Las dificultades y los peligros del mundo actual han llevado a la supervivencia de supersticiones triviales o al retorno a magias primitivas en el ocultismo o al redescubrimiento del gnosticismo antiguo y medieval por las nuevas espiritualidades esotéricas. 

Sectas esotéricas

Cuando las religiones tradicionales están en baja, las sustituyen las sectas esotéricas. El Renacimiento fue el origen del racionalismo pero, a la vez, en su apertura a otras creencias rescataron el esoterismo egipcios o la astrología. En el siglo XVIII, apogeo del racionalismo, las cortes y los salones ilustrados eran anfitriones de magos y charlatanes como Cagliostro y Saint Martin, o místicos visionarios como Emmanuel Swedenborg —hijo de una reina sueca—, que Kant se encargó de desmitificar en Sueños de un visionario (1766) atribuyendo sus fantasmagorías a alucinaciones. 

Aristóteles decía que la capacidad de dudar era rara y solo se da en personas educadas. A pesar del tiempo transcurrido desde la Antigüedad Clásica, parece ser que no ha variado la predisposición de los hombres a la credulidad, más que a la duda. Se equivocó, en cambio, Aristóteles: esa característica se da también en los educados. 

Investigaciones variadas en psicología social muestran que los niños aceptan sin objeción lo que se les dice, del mismo modo, en los adultos, las creencias se originan en la mera aceptación pasiva de lo que les llega como información, sin mantener ante esta una actitud de expectativa neutral ni intentar un análisis crítico. Muchos caen en la trampa de las técnicas de persuasión basadas en el inconsciente, usadas por los métodos políticos de coerción psicológica, que imponen una forma de pensar llamada metafóricamente "lavado de cerebro", o la mera publicidad comercial que usa métodos subliminales.

La astrología, la adivinación, las curas milagrosas, los adivinos, los satanismos y brujerías, los talismanes, existen desde la antigüedad, lo novedoso es que hoy los han aceptado muchos creyentes de religiones tradicionales y hasta científicos. Hay cirujanos prestigiosos que antes de comenzar una operación se hacen tocar las manos por un sanador. Los medios de comunicación difunden esas supercherías, los diarios serios dedican una página a los horóscopos, y entre la gente que recién se conoce es habitual preguntar por el signo del zodiaco de pertenencia. 

Se supone que la religión es la superación de la magia, pero esto se da solo a medias, la magia sobrevive en los intersticios de la religión. La creencia en el diablo y en la posibilidad de que el espíritu maligno posesione a las personas está institucionalizado en la Iglesia Católica, que cuenta con un equipo de sacerdotes con dotes de exorcistas. El propio papa Juan Pablo II, en 1982, exorcitó a una joven supuestamente endemoniada. Un requisito para la beatificación y santificación, aun de los papas, es la certificación de milagros, los cuales suelen ser muy dudosos, incluso para los que creen en ellos. El papa Francisco desautorizó a los católicos liberales que no creían en el diablo. 

Los creyentes que se muestran pasivos frente a lo que consideran la verdad indiscutible son, a la vez, activos militantes de la misma cuando es cuestionada su legitimidad y puesta en peligros su supervivencia. Es así como los períodos históricos de avance de la racionalidad, de la duda metódica y del conocimiento científico, simultáneamente se produce una reacción avasallante del irracionalismo en todas sus formas.

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