Zymunt Bauman (Sobre la educación en un mundo líquido) Conversaciones con Ricardo Mazzeo

Casi todos vivimos sobrepasados por las preocupaciones que surgen de nuestras relaciones cotidianas con los jefes, los compañeros o los clientes, y casi todos nosotros cargamos con estas preocupaciones -las llevamos en nuestros ordenadores o en los teléfonos móviles- adonde quiera que vayamos. Y así nos siguen hasta el interior de nuestras casas, en nuestros paseos de fin de semana, en los hoteles donde pasamos las vacaciones. Nada nos separa de la oficina, a la que servios de modo incondicional, pues la tenemos siempre a tiro de una llamada de teléfono o de un mensaje de texto. Y dado que estamos perpetuamente conectados a la red de la oficina, no hay nada que nos sirva de excusa para no trabajar sábados y domingos, utilizados para aquel informe inacabado o el proyecto que debe estar listo para entregare el lunes. A las oficinas ya nunca llega la <<hora de cierre>>. La frontera, antes sacrosanta, que separa el hogar de la oficina, el tiempo de trabajo del <<tiempo libre>> o del <<tiempo para el ocio>>, ha desaparecido por completo, y todos y cada uno de los momentos de la vida se convierten en momentos en los que hay que estar eligiendo. Y es una elección grave, una elección dolorosa y a menudo fundamental, una elección entre la carrera y las obligaciones morales, entre los deberes profesionales y las demandas de todas aquellas personas que necesitan nuestro tiempo, compasión, cuidados, ayuda y socorro.
Es obvio que el mercado de consumo no va a resolver estos dilemas por nosotros, y tampoco los va a alejar ni anulará su carga. Y nosotros no esperamos que lo haga. Sin embargo, el mercado de consumo sí puede, y está ansioso por hacerlo, ayudarnos a mitigar o incluso hacer desaparecer las punzadas de una conciencia culpable. Y lo hace mediante los regalos que pone en oferta, dones preciosos y excitantes. Presentes que se pueden atisbar en las tiendas y en Internet, y que se pueden comprar y usar para conseguir que aquellas personas que buscan nuestro afecto sonrían y se alegren, aunque sólo sea por un breve momento. Se nos ha adiestrado para esperar que los regalos comprados en una tienda compensen a las personas por todas las horas de trato directo y de compañía que deberíamos haberles ofrecido, pero que no les hemos dado. Cuanto más caros sean los regalos, más grande será la compensación que quien los otorga espera ofrecer a quien los recibe y, en consecuencia, también será más fuerte su impacto aplacador y tanquilizador en la conciencia desasosegada de quien los ofrece.
Por consiguiente, ir de compras se convierte en una suerte de acto moral (y viceversa: un acto moral conduce a entrar en las tiendas). Vaciar la cartera de dinero y utilizar la tarjeta de crédito sustituyen la generosidad y el espíritu de sacrificio que requiere la responsabilidad moral hacia los otros. Por supuesto hay un efecto colateral. Pues cuando los mercados de consumo anuncian y proporcionan analgésicos morales mercantilizados, lo que hacen es facilitar, en vez de prevenir, la desaparición, el debilitamiento y el desmoronamiento de los vínculos entre los seres humanos. En vez de ayudar a las personas a enfrentarse a las fuerzas que son culpables de la destrucción de estos vínculos, lo que hacen es colaborar activamente en su extenuación y destrucción gradual.
Al igual que el dolor físico señala un problema orgánico e incita a pasar a la acción para aplicar un remedio urgente, los escrúpulos morales señalan los peligros que amenazan a los vínculos humanos. Y estos escrúpulos facilitarían reflexiones más profundas, y acciones más enérgicas y adecuadas, si no fuera porque se encuentran entibiados por los analgésicos y sedantes morales que proporciona el mercado. Nuestras intenciones de hacer el bien al prójimo han sido mercantilizadas. Y, sin embargo, la mayor responsabilidad no debe cargarse sobre el mercado de consumo, mucho menos atribuirle una responsabilidad solitaria por lo que ha sucedido. Ya sea de forma intencionada o por defecto, los mercados de consumo son <<cómplices>> del delito de haber causado la ruptura de los vínculos entre seres humanos: cómplices antes y después de que se haya cometido el delito.


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