Alejandro Llano Cifuentes (La vida lograda)

Humano/No humano

Como se puede apreciar, lo decisivo en la vida política no son las ideologías. No hay que tomarse demasiado en serio eso de ser progresista o conservador, de izquierdas o de derechas. Claro que existen esas distinciones, pero son relativas, variables, y casi siempre muy superficiales. La clave está en distinguir el modo político de comportarse que sea humano de aquel que más bien es no humano. Este eje -humano/no humano- es más decisivo que el eje público/privado o Estado/mercado.

En principio, lo políticamente humano viene dado por aquella orientación de la convivencia que contribuye a la plena realización de la persona. Mientras que lo políticamente no humano son aquellas reglamentaciones y estructuras que llevan al hombre a dañarse a sí mismo.

Pero en nuestro tiempo, este enfoque claro y transparente, que procede de la tradición humanista, tiende a confundirse en la sociedad tecnológica, en la que -como ha señalado Pierpaolo Donati- lo no humano pasa a adquirir el peso y el valor de lo humano. Lo que antes se estimaba sin más como humano, lo éticamente positivo, lo solidario y humanista, pasa a ser considerado por muchos, desde Nietzsche, como <<humano, demasiado humano>>. Siguiendo al sociólogo alemán Niklas Luhmann, ahora se empieza a considerar que lo no humano, es lo tecnoestructural o sistémico, es decir, todo aquello que funciona satisfactoriamente sin la libre intervención directa del hombre. Es el ámbito de la tecnociencia, de lo mesurable y previsible, de lo serio y seguro, en donde los fallos sólo pueden comparecer accidentalmente por defecto del <<factor humano>>.

Por el contrario, lo humano ya no se encuentra en el sistema sino en el ambiente, como variable imprescindible, muchas veces incómoda por estar sujeta a un control perfecto y, en último término, como científicamente irrelevante. Lo humano se presenta entonces como el territorio de la arbitrariedad y la improvisación, del sentimiento y la falta de rigor, de la inmoralidad tal como la concibe la sociedad tecnocrática en la que habitamos.

Se invierten así de modo radical los papeles valorativos que respectivamente se solían adscribir a los términos humano y no humano. <<Humanizar>> ya no equivale -según este terrible modo de ver la sociedad- a mejorar, a hacer las cosas humanamente más dignas e incluso más eficaces. <<Humanizar>> viene a ser un ambiguo procedimiento que puede perjudicar o interrumpir procesos seriamente programados y echar a perder esfuerzos de años. Baste pensar irónicamente -exagerando la perspectiva de lo no humano- en lo que supondría en un laboratorio de investigación desconectar la refrigeración para que el ambiente fuera más cordial, al precio de que se dañaran las muestras genéticas sobre las que se venía trabajando en un proyecto largo y costoso. O, por poner un ejemplo absurdo de <<humanización>> lo que podría implicar que a un recién nacido operado de arterías coronarias se le desactivara la monitorización, para que pudiera charlar con su madre que ha venido a verle a la UCI.

De manera cada vez más drástica, lo humano y lo no humano parecen oponerse mutuamente, y las tendencias dominantes nos empujan a cuestionar la eficacia de lo humano y a confiar de modo creciente en lo no humano. Las consecuencias éticas de este modo de pensar van apareciendo cada vez con mayor claridad. Si algo es técnicamente factible y ejecutable -ya sea fecundación in vitro, implantación de cédulas madre procedentes de embriones o clonación de cédulas con fines experimentales- cualquier consideración de tipo moral parece pasar a segunda línea y ceder la primacía al enfoque tecnocientífico y pragmático.

Trabajamos denodadamente para autorrealizarnos y para construir una sociedad más digna, para adquirir una formación más completa, que no excluya incluso los aspectos humanísticos junto a los científicos y técnicos. Ahora bien, parece que los efectos de tales esfuerzos son con frecuencia equívocos o -peor aún- que a veces nunca llegaremos a saber si son positivos o perjudiciales. Con este enfoque, el relativismo moral y cultural resulta inevitable, y el pragmatismo se hace completo. Y, por supuesto, el humanismo -tanto clásico como moderno- parece quedar radicalmente cuestionado, porque el progreso, el control, la exactitud y la seguridad ya no están en manos de personas reales y concretas, sino bajo la salvaguarda de sistemas cada vez más implicables y exactos.

-No acabo de entender la terminología que utilizas. Sobre, ¿qué entiendes por <<sistemas>> y qué significado le das a <<ambiente>>? Parece que llegas a afirmar que el hombre está en el ambiente y no en el sistema.

-No soy quien lo afirma, sino la <<Teoría de Sistemas>> de Niklas Luhmann. Para este autor, el sistema es la organización estructural de la sociedad formalizada y técnicamente configurada. Está formada, a su vez, por subsistemas, como el político, el económico o el cultural. Lo que no forma parte del sistema, aquel medio en el que sistemas y subsistemas se mueven es a lo que Luhmann llama ambiente. Efectivamente, la persona no está integrada en el sistema, ni constituye ella misma -o un conjunto informal de personas- un subsistema. <<El hombre deja de ser la medida de la sociedad, dice Luhmann; esta idea del humanismo ya no se puede mantener>>. Tal planteamiento tiene la ventaja de que constituye una refutación de Marx, para quien el hombre estaba totalmente en función del sistema. La persona humana goza entonces de mayor libertad. Pero, como sostiene el propio Luhmann, es <<especialmente libertad para su comportamiento irracional e inmoral>>.

Para oponerse al radicalismo tecnocrático de Luhmann, lo adecuado no es afirmar una especie de humanismo bucólico, frente a la complejidad y sofisticación de los sistemas. Se trata, más bien, de encontrar las conexiones operativas entre lo humano y lo no humano, sin las cuales la persona real y concreta se pierde en el limbo de las buenas intenciones y el sistema agudiza su proceso de deshumanización. Es preciso mostrar de manera práctica y plástica que el ser humano constituye el fundamento de toda posible estructura social. Lo humano siempre tiene primacía sobre lo no humano. Pero no son dos regiones independientes. Y, desde luego, <<humanismo>> no equivale a <ineficacia>> o falta de conexión con las exigencias de la actual sociedad tecnológica. La persona humana no tiene hoy menor valor o vigencia que hace dos mil quinientos años. Y, al fin y al cabo, la tecnología más avanzada es también obra suya. Lo necesario ahora es que sea capaz de dominar su propio dominio y que, como al ya mencionado aprendiz de brujo, no se le vaya de las manos su propia criatura.

En las diversas instituciones y organizaciones, se ha de lograr que la persona sea tratada como tal, como persona, dentro de un sistema racional establecido; o bien que se establezca un sistema racional sin desplazar o ensombrecer el carácter único de la persona. Se trata, en definitiva, de humanizar los sistemas, de establecer una síntesis entre sistemas y personas que garantice la eficacia técnica sin ahogar la fecundidad vital.

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