Manuel Chaves Nogales (La vuelta a Europa en avión) Un pequeño burgués en la Rusia roja

Nada de Democracia, ni de Derechos del Hombre, ni de Libertad. La pregunta de Lenin: <<¿Para qué sirve la libertad?>>, se la tiran a uno en la cara tan pronto como formula una leve objeción a la dictadura. En la Rusia bolchevique no hay más que la tiranía de una clase social sobre las otras, y dominándolo todo, los instrumentos de esta tiranía: el Ejército Rojo y la Policía política, la GPU.
En lontananza, como idea inasequible por ahora, el ideario comunista; el reparto equitativo de la riqueza mediante la supresión del capitalismo; la desaparición paulatina del Estado y el lema de <<a cada uno según sus necesidades; de cada uno según su aptitud>>.
Después de mi viaje a Rusia, yo me explico el furor contrarrevolucionario de mucha gente inteligente, que ha tenido la ocasión de conocer de cerca la dictadura del proletariado. Me lo explico, pero no puedo compartirlo.
Aun reconociendo que los procedimientos de represión empleados por la dictadura del proletariado son idénticos -más feroces si cabe- que los de todas las dictaduras, me repugna equiparar el Gobierno soviético a cualquier Gobierno dictatorial de los países burgueses. Hay una diferencia sustancial que olvidan los demócratas de pura sangre, muy aferrados a la idea de esta absoluta identidad entre dictaduras: la motivación.
La dictadura del proletariado imperante hoy en Rusia no es un hecho esporádico determinado por la arbitrariedad y la exaltación de un poder personal. Estaba ya prevista por Carlos Marx como una de las etapas obligadas para la transformación de la sociedad capitalista hacia el régimen comunista.
El problema que se plantea al hombre que quiere fijar su posición honradamente ante el gran hecho ruso es el de si hay algún momento en el desarrollo de la sociedad moderna que permita o aconseje la implantación de una dictadura. Los que aceptan y justifican la dictadura por cualquier causa no pueden negar el derecho del proletariado a imponer sus convicciones por la fuerza a toda la masa del país, porque si alguna vez la fuerza se ha esgrimido en nombre de un ideal excelso, ha sido precisamente ahora.
Pero aquellos a quienes repugnan los poderes dictatoriales y sienten una coacción moral que les veda el empleo de la fuerza para decidir los destinos de un pueblo, esos sí pueden honradamente combatir a los bolcheviques, echarles en cara sus crímenes, acusarles de haber desatado todas las catástrofes y oponer a la feroz dictadura del proletariado una concepción más humana del progreso de la sociedad.
El demócrata, el hombre liberal, el localista, el humanitarista, en fin, ¿puede aceptar ese colapso de sus ideales que se llama dictadura del proletariado como etapa obligada de la lucha de clases para el advenimiento de una sociedad mejor? En síntesis: ¿El amor hacia el pueblo debe llevar hasta el extremo de sacrificarlo?
O, utilizando las grandes palabras míticas: ¿Para la redención hay que pasar por la crucifixión?

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